Rissig Licha
Hay que dejar atrás viejas costumbres en la Red
Posted: 28 Sep 2013 06:42 AM PDT
BUENOS AIRES—No hay diván más confortable que el que encuentra uno acolchonado por viejos hábitos y el estatus quo. Ejemplos de ello abundan en nuestro refranero popular. Perros hueveros ni aunque le quemen el hocico. Un loro viejo no aprende a hablar. Y, no hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero a la postre, la culpa no es del chancho, sino del que le da de comer. Y, es que, romper con el estatus quo resulta tan complejo como lograr dar con la horma de su zapato—una ardua y difícil gestión que casi nunca se logra al primer intento y menos cuando aquellos en posición de guiarnos en la decisión siguen empeñados en lograrlo empleando métricas que resultan obsoletas para adaptar el pie a los nuevos tipos y modelos de zapatos en el mercado de hoy.
Esa realidad, extrapolada al ciberespacio, parece ser la única explicación lógica para el torrente de estadísticas sobre el comportamiento en la blogosfera en estudios de respetables casas consultoras que a diario nos atosigan para destacarnos sus conocimientos y credenciales con un solo objetivo: promocionar su experticia y dominio de las comunicaciones en la Red. Un análisis de estos estudios apuntan a que éstos en efecto son ejercicios en publicidad engañosa pues presentan una realidad distorsionada. En la medida en que se avanza escudriñan los hallazgos, cualquier viso de reconocimiento de la experticia se desvanece privándole de cacarear su dominio de la Red pues ello prueba ser más una pretensión que sustenta las aspiraciones del que pretende mercadearse como un digerati cuando la realidad experiencial que denota es la de un idiota digital.
Todas las investigaciones, sin excepción, parten de la misma tesis: la masificación de la audiencia es lo que importa. Atento a ese paradigma, entonces es lógico que visualicen el éxito en la red como algo que emana de la masificación del mensaje, independientemente, que a la mayoría de aquellos a los que ha sido diseminado le importe un bledo lo que les transmiten los comunicadores en sus intentonas por llegar a un universo más amplio. Poca atención le prestan al hecho de que en el ciberespacio lo que interesa no es cuán amplia es la red sino cuál es la calidad de la pesca. Y, si no se logran los resultados que se persiguen, entonces el pescado no llega, si es que llega, en buen estado a la mesa.
Esas fallas surgen porque a la hora de analizar las comunicaciones en el ciberespacio las empresas consultoras, lejos de utilizar métricas que puedan medir con precisión la realidad de las comunicaciones digitales, insisten en emplear herramientas tradicionales que no detectan lo que tienen que detectar ni mucho menos producen resultados que sirvan como pieza de planificación estratégica de cómo acometer las comunicaciones en la Red. Aquellos que así conducen su gestión en el ciberespacio navegan las nuevas aguas digitales empleando mapas de navegación que todavía presentan la Tierra como plana.
Poco parece importarles pues, sin rubor y con gran fanfarria, siguen presentando los resultados de estudios que pintan un cuadro surreal sobre el comportamiento e impacto de las comunicaciones en la blogosfera. Por consiguiente, estos estudios no resultan ser nada más que sumas abultadas que no suman nada en la Red particularmente cuando son contextualizadas las estadísticas pues, a decir verdad, los números mienten o, dicho de otra forma, no reflejan la verdadera realidad, ni mucho menos el verdadero impacto—la eficacia del mensaje reflejada en la reacción a éste del público objetivo de acuerdo al objetivo institucional o comercial que se persigue.
Por ello, es necesario revisar con gran cuido las estadísticas que se ventean a los cuatro vientos sobre el uso de la Red antes de embarcarnos en otra aventura comunicacional. Y, para ello, es importante revisar qué imperfecciones proyectan los entretejidos estadísticos que nos presentan al someterlos a un análisis más ponderado de esos números con los que nos entretienen.
Cuatro mil millones de seres humanos ni siquiera cuentan. Pero el bullicio se lo lleva el hecho de que son dos mil y pico de millones el total de enchufados. Pero, ¿hay de verdad tantos enchufados? ¿Es que el 33 por ciento de los conectados importa más que el 66 por ciento que no se ha conectado? Y, ¿Cuántos de estos tienen múltiples cuentas? O, ¿Cuántas cuentas hay que son falsas? Si utilizamos como norma las cifras oficiales de Facebook—la república digital con mayor número de cibernautas en la blogosfera—ésta ha calculado que de los más de mil millones de conectados que tienen cuentas el 8.7 por ciento o más de 83 millones son falsas o duplicadas, entonces en todo el mundo cibernético tendríamos 216 millones de cuentas, cifra superior a toda la gente que vive en Brasil, truchas.
Por otro lado, ¿Qué es estar conectados? ¿Están los más de dos mil y pico de millones de aquellos con acceso a la Red conectados? No, hombre, claro que no. Esos dos mil y pico de millones de enchufados son personas que tienen cómo conectarse—ya sea por medios propios o ajenos, entre éstos los que les provee su empleador—a la Red. Pero de ahí a que todos estén conectados las veinticuatro horas al día los siete días de la semana y los 365 días del año hay un largo trecho. Y, si estuvieran conectados todos 24/7 son todos públicos objetivo de nuestros mensajes. Por supuesto que no.
Y, de los conectados, ¿Cuántos son espectadores? ¿Cuántos participan activamente? Una mirada a las estadísticas que lleva Twitter sobre sus usuarios nos da una idea del nivel y conducta de participación de sus usuarios. De los más de 550 millones de usuarios con cuentas en Twitter 115 millones o poco más de un 20 por ciento envían mensajes todos los meses. Es decir, el 80 por ciento son, en el mejor de los casos, espectadores. Y de los más de 400 millones de tuits que se envían poco más del 30 por ciento importan, los demás son paja.
Atentos a estos disloques, ¿debemos de obviar la Red? ¡Claro que no! Lo que hay que obviar es toda la hiperbólica paja que emana de cuanto emprendedor con ansias de ser el próximo Gates, Jobs o Zuckerberg vocifera para, con sobriedad, escoger bien los mejores canales de distribución de nuestros mensajes de acuerdo a los públicos objetivos a los que queremos influenciar, convencer o vender algún concepto, servicio o bien y dejar de prestarle atención al culto a la masificación pues hoy lo que impera no es el medio, sino el mensaje. Solo así habremos de llegar al grano que hará que nuestros mensajes, siempre y cuando éstos sean relevantes y de interés para nuestro púbico objetivo, germinen y produzcan los frutos deseados en la Red. Pero, para ello, hay que dejar atrás viejas costumbres, paradigmas, comportamientos, conductas y toda la paja que le acompaña.