Rissig Licha

MIAMI—No llaman. Ni hablan. Escriben poco. Ahorran verbos. Son adversos a los adverbios. Los adjetivos, ni siquiera son su objetivo. No crean versos. Desconocen, hasta los más fieles, las oraciones. Ni siquiera echan un párrafo. Y, es ilusorio pensar que, al quitarse el sayo o el abrigo, exista evidencia de ensayo o escrito. Más que autores, son escribidores de garabatos lite—los más gráficos de la mano de un auto retrato o selfie—que llegan a sus destinatarios por la vía exprés dominando así el reino de los SMS.

Esa es la descripción de los nuevos comunicadores que ha posibilitado la blogosfera y los diversos medios sociales que hoy tanto están de moda. Comunicadores que, de espaldas a una historia que, de paso poco conocen, han dejado atrás la tradición oral. En silencio, a través de un código de autoría propia, utilizan el teléfono, hoy calificado de “smart” para, entre otras cosas, Wasapear.

En esa tarea emplean a la saciedad los jeroglíficos digitales del siglo XXI de su propia autoría que, en todos aquéllos, para quiénes la ortodoxia del léxico es algo más que pura lengua, provocan un feroz brote de salpullido intelectual cada vez que reciben una de sus grafías que si bien algunas resultan monas, ninguna llega alcanzar el nivel de una monografía.

Grafistas callejeros no son. Esos suelen ser más gráficos. Denunciarles de incultos sería injusto. Analfabetas, desgraciadamente muchos. Innovadores, quizás uno que otro sí. Audaces, algunos. Cada día son más. Inundan nuestras cuentas que suelen llamar sociales aunque en ellas abundan tantos antisociales que en otra fecha la intelligentsia hubiera tachado de lumpemproletariado.

Garabato a garabato apelan, no ya por la comprensión ni tampoco por la aceptación sino por la institución de los signos distintivos de la lengua franca del cibernauta del siglo XXI, la que, según proclaman, es la que precisamente necesita un nuevo milenio en el que las costumbres y tradiciones del reino del papel han quedado desfasadas por los nuevos protocolos del imperio digital. ¡Fuera el papel! ¡Viva, lo digital! ¡Agarabatados o muerte! ¡Garabatos al poder!

Tanto los fieles como aquellos compañeros de viaje que le acompañan saben que para poder llegar a destino primero tienen que evitar la suerte del esperanto. Sólo así podrán ocupar un lugar en la comunidad de lenguas con la nueva lexicografía de una Red que si algo ha cambiado en nuestra cotidianidad es en la forma cómo nos comunicamos. Esa tendencia, signo de la casi total sobreimposición de lo digital sobre el papel, es la que inquieta a tantos.

Lo acontecido a la fecha sirve para alertar sobre el tsunami social que se acerca; uno presto a arroparlo todo y a todos los que tenga por delante. La alarma de algunos es lógica pues hasta a Cervantes y a Shakespeare les parecerían una afrenta el establishment aunque quizás desde la diversa óptica de un sajón y un latino. Al primero se le dificultaría dar su brazo a torcer y aceptarlas como la norma y el segundo, de seguro, no tendría reparo en tildarlas de “Much Ado, about Nothing”.

A muchos más, de menor octanaje literario que el que tiene el Manco de Lepanto o el Bardo de Avon, les parecerían de espanto y consternación. A otros, como la centenaria Real Academia Española (RAE) que, después de todo hace poco aceptó sin mucho refunfuñar el ño y, ya le empieza a darle la vuelta al “k tal” no vaya a ser que por abandono quede en el olvido de una nueva generación que nunca alcanzó su consagración a través de su puño y letra y, al menos a algunos, les cuesta pensar cómo ha de ser vista por su gesta de puño y tecla.

Además, cuesta trabajo a todos aquellos que conocieron la faena de las operadoras que servían de relevo comunicacional aceptar que ya un teléfono no es un teléfono. Mas así es. Estudios recientes arrojan evidencia que el omnipresente aparato por el que se conoce a Alejandro Bell, es hoy utilizado para espanto del precursor de AT&T, para muchas más cosas menos que para una llamada telefónica.

De hecho, una llamada telefónica no figura entre las primeras diez gestiones que un usuario hace vía su “Smartphone”. Quizás el único que sea “smart enough” para saberlo sea Martin Cooper, quien desde su laboratorio en Motorola, siguiendo al pie de la letra el catecismo de Marx para alimentar al rancio capital que el pensador alemán combatiera, le convirtiera en celulario.

Resulta difícil también para los que se dedican a las comunicaciones ver cómo éstas se han ido desestructurando como la espuma, cuán si fuera un manjar del horno de Ferran Adrià, lo que antes solía ser la escritura que servía para transmitir nuestros mensajes. Por ello, las cartas, piezas de colección de algunos, se encuentran en peligro de extinción, aun cuando el hallazgo de misivas desconocidas de Pablo Neruda a Matilde Urrutia—un amor conocido por más de tres décadas—todavía resulte un gran acontecimiento para los nostálgicos que corrieron a adquirir un ejemplar de Cartas de Amor Inéditas tan pronto Seix Barral les sacara al mercado.

Perpleja a unos pocos cómo algunos de estos escribidores de los garabatos de hoy plantean que han adoptado esa forma de expresión por imposición de, entre otros, las reglas y protocolos de uso de Twitter ya que el Pajarito Azul sólo permite 140 caracteres y, por ello, hay que ser breve. Una cosa es ser breve, la otra es ser abrupto y mucho de lo que hoy vemos en la Red es más abrupto que breve y, contrario al ideario popular, puede decirse a través de más caracteres sin violentar los estatutos de la Repúbllica de Twitter.

Algunos han de argumentar que no es necesario ver a tanto cariacontecido crear tanta alharaca intelectual por lo que resulta ser una forma eficiente de comunicarse. Otros, defenderán el derecho de cada cual a comunicarse como Sinatra, a su manera. Y los más objetivos—entre los que sin lugar a dudas han de estar todos los académicos de la RAE responsables por la última revisión en el 2014 del centenario diccionario que regula el idioma castellano en el que incluyeron, además de ño, amigovio, papichulo, cagaprisas, entre otras—dirán que cuál es la conmoción si, al fin de cuentas, todas las palabras son inventadas.

En definitiva, poco importa si es una palabra o un palabro, si es un garabato o salió agarabatado, en comunicaciones lo que más importa es que podamos transmitir el mensaje fiel a lo que sentimos, pensamos y queremos que los demás entiendan. Lo que sí queda claro es que si Cervantes hubiera titulado su magna obra “K tal Sncho” o Shakespeare hubiera escogido “Ro y Ju” para la trágica y pasional obra de amor prohibido que todo estudiante de secundaria conoce, ni uno ni el otro quizás hubiera alcanzado a ser un trending topic. Amén, de que estamos perdiendo la oportunidad de expresarnos en clave oral en un hábitat de pájaros mudos.

Entendamos o no lo que crípticamente nos quieren comunicar, nunca podrán seducir a muchos con su entrecortado verbo; uno que lo marca aquello que le distingue: el garabato lite. Por ello, a la hora de la verdad, si me dan a escoger entre un garabato lite o uno classic, me apunto a los garabatos clásicos y, sobre todo, a usar el verbo para comunicarme por la vía oral pues, si algo nos distingue de la robótica, que cada día nos desplaza, es nuestra habilidad para expresarnos y cuando es en clave clásica es una tonada de ensueño, de esas que llegan al alma como las cartas que Il Postino entregó a Matilde Urrutia.