Rissig Licha

MIAMI— Miles no saben a dónde ir. Miles se quedan. Miles se van. Unos lamentan no poder descifrar a dónde ir, otros no haberse ido y algunos el ya no estar. Algunos otros salen locos de contento de su triste hogar. Alegres, al mercado van. Es hora de dejar atrás todas sus preocupaciones. No es el momento de hablar de cuentas a pagar. Ni si llega el IVA y el IVU se va. Es un día de reafirmación, tanto para la capital como para el señor capital, de que al fin, tanto una como el otro, cuentan ya con una nueva meca para celebrar la exageración, el derroche y los excesos del consumismo. El país está al borde de la quiebra y ni siquiera se le quiebra la voz a miles capaces de vociferar a pulmón abierto: ¡Que viva la Pepa!

A los acordes del nuevo corrillo liberador miles de fieles tarjetahabientes, indiferentes a que el país ya no tiene con qué pagar la nómina pública, ni a todos sus acreedores, ni quien le vuelva a prestar para paliar la crisis, recorren los pasillos del Mall de San Juan—sí así se llama el nuevo mal—en busca de saciar su apetito consumista que parece ser una de las más sobresalientes distinciones del ADN del borincano del siglo XXI que hoy dista mucho del que distinguía al jibarito del siglo XX de quien se lamentaba el gran Rafael.

El mall con una clasificación de 4.3 de 5 en Google Review en pocos días ya tiene mejor calificación que los bonos del Estado Libre Asociado. No sorprende ni hay porque dudar de su validez. Para el consumidor puertorriqueño más valor tiene una pieza de Versace, Bulgari y Gucci que un bono de la AAA, AEE o el portafolio completo de la deuda del Banco Gubernamental de Fomento.

La alharaca de la llegada de otro altar consumista a un pueblo que ya perdió la noción de que es la prudencia tiene a todos los que no comprenden—no por brutos sino porque hay cosas que ni con el coeficiente intelectual de Einstein son entendibles—tratando de buscar una explicación de cómo es posible que un pueblo que pasa por tanta estrechez con tanta desfachatez coree para celebrar que ya tiene un mercado más para poder darse, con gusto, un gasto más: ¡Que viva la Pepa!