Rissig Licha

MIAMI—Todos aspiran a ella. Muchos tienen una fijación con su consecución. Unos la buscan sin compasión. Ninguno se cuestiona si ello merece tanta importunación. Ni siquiera se plantean qué razón tiene tanta obsesión por lograr su obtención. Ojo, no es un objeto sexual. Tampoco un cargo electoral. Ni siquiera el gran premio de un juego de azar. Es algo más iluso, etéreo y, hasta difícil de calificar porque, al igual que Sísifo, por más que nos esforzamos, cómo nos cuesta alcanzar aquello a lo que nunca llegamos, la perfección.

No existe en la naturaleza. Ni tampoco en la cibernética. Un día con Sol, sin lluvia, es el día, ¿Perfecto? Si se perpetúa y desemboca en una sequía, quizás no. Una máquina que opera, eficientemente es, ¿Perfecta? Si llega su día de obsolescencia, de seguro que no. ¿Entonces por qué tanto follón por alcanzar la perfección?
La perfección es, después de todo, una imposibilidad. No existe, ni siquiera es alcanzable mas es perfectamente aceptable y, de seguro, más deseable tratar de perfeccionar algo, máxime si nos adscribimos a cómo la Real Academia Española (RAE) le define al dictaminar, sin rodeos, que es “acabar enteramente una obra, dándole el mayor grado posible de bondad o excelencia”. Aun así, inconformes por naturaleza y no conforme con lo que logramos “al acabar enteramente una obra” siempre nos quedamos con ansias de más.

Aquél que escribe una obra lo sabe a la saciedad. Hoy, pone punto final a su última oración y mañana al levantar el manuscrito hace uso del punto y seguido pues se da cuenta de que lo que ha escrito no ha cumplido con todo aquello que el autor ha querido. No es que lo de ayer no sirviera, sino que a la luz de hoy no encuentra asidero. Por consiguiente, lo que ayer nos parecía perfecto hoy es un símbolo de la imperfección o, por aquello de ser más condescendiente con su justificación, proclive a la perfección.

Pese a todo, la perfección sigue tan deseada como lo prohibido. En atención a ello, trastorna nuestra cotidianidad y comportamiento convirtiéndose en el objeto de apetencia y ambición que con mayor afán ansiamos y, todo, por lograr el estándar por excelencia que nos hemos fijado como sociedad para juzgar nuestro grado de satisfacción con todo aquello que puntualiza nuestra existencia y que irremediablemente, por su misma definición, siempre ha de dejarnos en un irremediable estado de insatisfacción. Por lo que, tras mucho pensar, con mucho pesar tengo que llegar a la conclusión que la perfección más que una distracción o diversión, es nuestra más seria perversión.