Rissig Licha

MIAMI—No todos los días son iguales. Unos son negros. Otros blancos. Algunos grises. Y, otros, tienen tantos matices que ni Grey sabe a ciencia cierta cuántos son. Este, sin embargo, es uno de esos días. Ni frío, ni cálido, más bien templado. Así levanta la mañana en esta jornada a mitad de camino de una semana que, para algunos es Santa y, para otros, la misma matraca. Día de celebración de la inocencia. Fecha de amnistía general para cualquier imprudencia, perversión y, en casos más extremos, hasta una que otra deuda—razón por la cual llamó sobremanera la nota que daba cuenta de la llegada de Santa Cló llegó a La Cuchilla.

No era un espejismo. Santa Cló había llegado de cuerpo presente a su encuentro con Peyo Mercé. Venía de la mano de una que, por aquello de ser primavera, se solía llamar Peach Melba Acosta. Todos saben de los regalitos que traía el visitante a la Cuchilla—más plata, promesas de empleos y tarifas más razonables. Poco importaba que el jibarito aguzao de Abelardo ya lo había bautizado “Mistel, ese es año viejo colorao”. Lo que importaba era que venía con regalos a granel para que el pueblo pudiera celebrar la Navidad días más, días menos antes de pagar más impuestos,

Pocos daban cuenta de cuáles serían los “engañitos” del intercambio. Pero como nosotros los jibaritos de La Cuchilla, sobre todos los más aguzaos, como bien Díaz Alfaro nos describió, “sabemos oler las cosas como olemos el bacalao” no podemos más que concluir que la oferta de los acreedores de una isla al borde de la desesperación, no puede ser más que otra broma de mal gusto en éste, el Día de los Inocentes, máximo cuando ese santito no está en el santoral puertorriqueño.