Rissig Licha

MIAMI—El arribo de familiares queridos es, pese a cualquier insospechada e irresoluta disputa o malversación o malentendido pendiente, siempre bienvenido. Mas tengo que hacer una confesión; una que espero no sea objeto de tergiversación o manipulación por ningún otro familiar. Tengo una prima que es mi perdición. Y es que, simplemente, es sinigual.

Cálida, agradable y seductora llega con un donaire que, al pasar por la alfombra roja de pétalos que se rinde ante su presencia, solo acentúa su exuberancia y su sitial como la diosa que toca a todos adorar. En la intimidad perfuma con sus aromas. A veces a rosa, en otras a gardenia y quién sabe si, de cuando en vez, a la exótica catleya que arrancó del humedal que floreció en su honor.´

No hace más que llegar y a todos hace revolotear. Aviva al más lerdo y enloquece al más cuerdo. Con ella no hay medias tintas pues la paleta de colores que trae en su neceser matiza la existencia de todos por igual.

Por eso, hoy toca honrar a aquella que, en silencio, no he hecho más que adorar. Confieso que de todas mis primas, una me enloquece más que las demás. Es prima sobre pares. Y qué mejor que salga hoy del armario este secreto amorío con una prima—la más preferida. No es otro que la Prima Vera que hoy irrumpe en mi cotidianidad para, con sus encantos, reverdecer la vida de éste su fiel admirador. ¡Bienvenida, Prima Vera!