Rissig Licha

SANTO DOMINGO—Silencio. Contemplativo. Impenetrable. Humilde. Altivo. Furtivo. Fugaz. Perpetuo. Conspirador. Cómplice. Perverso. Sano. Sufrido. Retador. Resignado. Descalificador. Inocente. Culpable. Mudo. Ensordecedor. Permanente. Intermitente. Variopinto en su expresión y, sobre todo, en su comprensión. Locuaz, enigmático y capaz de desvelar, in mutis, el sentir más profundo de aquello que conturbe el alma de todo ser y que, en su suma colectiva, logra expresar aquello que aqueja a toda una sociedad.

En silencio es cómo muchos pueblos manifiestan su pensar. Ayer, le tocó a la masa ciudadana albiceleste. Semanas atrás se expresó en clave parisina. Y, por larga data ha estado a flor de labios del jíbaro que, con un simple ¡unjú!, seguido por un impenetrable silencio sin pausa y, sin mediar nada más, dicta sentencia.

Ese silencio manifiesto de un pueblo que sin pronunciar palabra da un toque de atención más elocuente que la alharaca de eslóganes y vocinglerías, tanto de calle como de salón, que suelen llamar la curiosidad más por ruido que por contenido, no puede ser ninguneado, ni confundido y menos desatendido puesto que resume, sin palabras, la expresión diáfana del sentir de las fuerzas vivas de un pueblo.

Lejos de ser una demostración de incultura o deslealtad suele ser, como resultó ser ayer, una exhibición de civilidad y de fidelidad. La finalidad no era la de oponer. No, los objetivos eran otros, proponer y pedir—algo que resultaba para muchos, especialmente en el oficialismo, toda una novedad aunque, a decir verdad, no es más que una obviedad, que se respete la separación de poderes y, con ello, la Constitución y que el Estado de Derecho, en su más pura expresión, funcione para esclarecer dos sombríos incidentes—el atentado contra la AMIA y la muerte del fiscal que investigaba la causa veinte años más tarde.

Ese clamor popular que se hizo sentir en todo rincón de la tierra austral, es el mismo que semanas atrás hizo eco en la Ciudad Luz en rechazo de la barbarie, producto de un terrorismo fundamentalista sin cuartel, que ha perturbado al mundo civilizado y, el que en los próximos días veremos expresarse en las adoquinadas calles de mi Viejo San Juan para denunciar el acoso fiscal de un Estado con una lengua perversa, un voraz apetito y una billetera perdida que busca como alma en pena cómo paliar su desesperación.

No hay que gritar para comunicar aunque muchos, desde la poltrona de un oficialismo ciego, sólo saben emplear un discurso público que consiste en vociferar insultos y descalificaciones a los que, en silencio, expresan su pensar, máximo cuando éstos difieren de la doctrina de lo que ellos predican desde el Poder como la Verdad única y absoluta. Eso quedó comprobado en Paris y confirmado en Buenos Aires. Como también quedó refrendado que aquellos que hacen oídos sordos al silencio que los arropa pierden, con ello, desde el laberinto de su enajenación, la oportunidad de entender, una vez por todas, que el silencio es el más elocuente y poderoso manifiesto de un pueblo.