Rissig Licha

SANTO DOMINGO—Gotas caen. Una tras otra. Caen las gotas. Lágrimas de un cielo que perdió su brillantez celeste y se marea por la luz cenicienta que le arropa. Gotas caen. Llueve sobre mojado. Mientras tanto, entre rayos y centellas, impermeable a la humedad que le rodea, ni se inmuta por el diluvio que azota al litoral ni por la conjetura que pronostican algunos de que, de seguir así, hay peligro de que ello pueda anegar y ahogar hasta su propio hogar. Obvia las advertencias. Gotas caen. No se moja. Le oye como el que oye llover. Y, truena contra aquél que le señala su indiferencia escupiéndole con un insolente, “aquí los oigo como el que oye llover y no se moja”.

Esa negación de la realidad, ese mirar al costado y, sobre todo, ese no querer darse por enterado de aquello que le rodea y que, además, le motiva a comunicar su malestar y animadversión para aquél que osa señalarle que llueve a su derredor por el simple hecho de que ello le agua la fiesta es el mal que aqueja a muchas, por no decir todas, nuestras sociedades.

Botones de muestra abundan. Puerto Rico. Grecia. Argentina. Venezuela. Todos quieren seguir de francachela pues, acaso la Constitución no le garantiza el derecho absoluto a vivir la dolce vita sin consecuencias. A recibir limpio de polvo y paja la riqueza que por el sólo hecho de ser ciudadano del país en cuestión, poco importa cuál sea, le pertenece pues ¿no es el patrimonio nacional el patrimonio particular de todos y cada uno de los ciudadanos? Por ello, reclaman sus derechos y obvian sus responsabilidades.

Poco le importa si la Constitución que cita en defensa del sostenimiento y fortalecimiento su estado de bienestar particular—producto del asistencialismo o clientelismo oficialista—es la misma que un ilustrado patriota, en defensa de descamisados y oprimidos violentó para seguir ocupando la banda presidencial ad infinitum cargándose de paso toda semblanza de una oposición real y asfixiando, si ello también le fuera conveniente a su proyecto para permanecer en el Poder, derechos y libertades ciudadanas que un Estado de Derecho democrático está llamado a proteger como las de disensión y expresión.

Menos le preocupa si el Gobierno, tanto el de turno como todos los anteriores, gastaron demás inflando una nómina pública ya agigantada cuando éstos llegaron a Palacio, ni si hay con qué o no pagar las cuentas. Y, si alguien le cuestiona su proceder de forma iracunda le dice que no es culpa de él. Lo que le preocupa es seguir recibiendo, cada día más dádivas, como si la riqueza del país fuera inagotable y los recursos cayeran como Maná del Cielo y el Primer Ejecutivo tuviera la facultad de multiplicar los panes y los peces para satisfacer la demanda popular.

Tampoco pierde sueño por la rampante corrupción responsable de que los adláteres del Poder amasen grandes fortunas gracias a su voraz apetito para desvalijar el botín público porque pueden y porque saben que les cobija el aforo de la impunidad nacional que les llueve desde el Palacio por el sólo hecho de ser incondicionales del Gobernante.

Muchos no se dan por enterado. Estamos ante una descarada transfiguración de la realidad. Una que rehúso aceptar como la explicación que muchos profesan de que es producto de la inevitable virtualidad que sirve de cobija para decretar que en esta era digital, todo es posible y maleable. Si la moneda se devalúa, producimos otra o, mejor aún, adoptamos el Bitcoin, así ni siquiera el Banco Central es responsable.

El problema es que a la hora de la factura nadie quiere pagar por el festín. Como se ello fuero poco, tampoco son responsables de sus actos. La quiebra de Puerto Rico es culpa de los mercados. Grecia señala a la troika—la Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Argentina, despotrica contra los fondos buitres. Y, Venezuela, aduce que sus problemas son producto de una conspiración engendrada en el bunker de la internacional capitalista.

Todos tienen su Patito Feo, el Cuco al que someten a un juicio popular en el que el resultado está cantado de antemano como los procesos de Justicia que despliega el Estado Islámico en los escalofriantes videos que dan cuenta de las últimas horas de decenas de hombres y mujeres sentenciados para dejarle claro a todos de que hacen lo que quieren porque, como queda demostrado en la cinta, pueden.

Mientras tanto, sigue lloviendo. Gotas caen. El agua anega. Ventea, truena y relampaguea. Y, desde la cómoda buhardilla, sobre un colchón de plumas, fantasea el ciudadano. En el confort de su desván sueña. Pasada la tempestad le alumbrará un arcoíris y la paloma de la concordia revoloteará libre para dejarle saber de que no hay porqué preocuparse pues, después de todo, nunca se mojó. Por eso, oye llover y no se moja aunque gotas caen.