Rissig Licha |
Posted: 16 Dec 2013 07:20 AM PST SANTO DOMINGO—La perspectiva individual de cada ser humano permite que un comentario, un verso, un discurso, un libro, un largometraje y un suceso, tengan distintas lecturas aun cuando todas surjan de la misma realidad que se comunica. Esa diversidad de puntos de vistas, ese pluralismo interpretativo suma, en su conjunto, aquello que suelen llamar la opinión pública que, si bien es pública no es, ni por casualidad, única, toda vez que está compuesta por la desemejante apreciación que cada espectador individual hace sobre una misma realidad. Por ello, suele ser peligroso hacer interpretaciones definitivas sobre realidades compartidas, particularmente, si éstas surgen de una lectura retorcida del mensaje popular. Eso es, precisamente, lo que acontece hoy a partir del resultado electoral en Chile y qué lectura se le ha dado al mayoritario ausentismo de electores en las urnas. Michelle Bachelet ganó con más del sesenta por ciento del voto registrado. En consecuencia de ello, Evelyn Matthei perdió. Ese hecho es irrefutable. Innegable también es que el sesenta por ciento de los ciudadanos con poder de voto eligieron, algo que es no solo válido sino esencial que se garantice en una democracia, no participar. No votaron, ni por una, ni por la otra. Estos resultados deben ser objeto de una seria introspección nacional que sirva para separar el grano de la paja y ponga en la balanza cuál es el mensaje que el pueblo ha dado en Chile durante la puja electoral pues, tanto el uno como el otro, animan importantes interrogantes. ¿Puede Bachelet asumir que por el hecho de haber logrado casi dos terceras partes del voto emitido es la poseedora de un mandato absoluto para hacer, como ya lo ha anunciado, profundas reformas, entre éstas algunas de carácter constitucional? ¿Deslegitimiza una abstención del orden de un sesenta por ciento la elección de Bachelet? ¿Debe de retornarse a un sistema de voto obligatorio para así evitar tan alto grado de abstención electoral? La respuesta a las tres preguntas es un rotundo no. Bachelet ganó en buena lid. Nadie dudaba del resultado desde que anunció su candidatura meses atrás. El margen de victoria fue amplio. Triunfó con la preferencia de una gran mayoría de los que fueron a votar. Muchos de los que no fueron a votar no acudieron a las urnas porque daban por descontado el resultado y, aprovechándose de una nueva Ley Electoral que legalizaba el voto voluntario, prefirieron quedarse en casa. Ello ni le suma, ni le resta al resultado que obtuvo Bachelet. Por consiguiente, su elección es legítima. Ahora bien, ese abstracto cuadro electoral no debe dar margen para hablar de un mandato de cambio. El único mandato de cambio que, con una claridad diáfana, el pueblo chileno expresó es quién ha de ocupar La Moneda. Ni más, ni menos. Flaco servicio haría Bachelet a la democracia chilena si por una lectura torcida, de corte sectario, de unos resultados tan encontrados embarca al país en una reforma tras otra sin antes pedir que todos, tanto los ganadores como los perdedores y, sobre todo, los desertores de las urnas, reflexionen sobre por qué en un país que tanto sufrió por los vaivenes de una dictadura, el ciudadano de a pie, por abrumadora mayoría, votó en contra, tanto de unos como de los otros. De hecho, si utilizamos la misma lógica que la Nueva Mayoría—la coalición de fuerzas que presentaba a la expresidente como candidata—el resultado de la elección parecería ir a contramano de grandes reformas. Por ello, antes de cargarse, como parece estar de moda en la región latinoamericana, la Carta Magna la primera lectura obligatoria para, tanto Bachelet y su Nueva Mayoría como la derecha derrotada y, hasta el mismísimo centro poco representado, es cómo revertir el mensaje de indiferencia de un pueblo que, por diversas razones, se animó a votar por ninguno de ellos. Poco importa conocer los traspiés que tuvo la Alianza por Chile en la designación del candidato oficialista. Nada importa que hoy la Ley permita quedarse en casa en vez de ir al colegio electoral para cumplir con el compromiso ciudadano de toda sociedad democrática. Después de todo, ¿de qué vale una participación de un cien por ciento si esta es obligatoria? Lo que tiene que importar, la lectura de rigor para toda la intelligentsia política chilena y para la de tantos otros pueblos latinoamericanos que se encuentran en el mismo laberinto, es qué cambios son necesarios para que el pueblo tenga confianza en que su voto vale más que una moneda de cambio para que el Club de la Partidocracia se dispense el poder. Por eso es que a éste poco le vale si hoy es la Nueva Mayoría o la Alianza por Chile. Ninguno de los dos les convoca o, peor aún, les representa y sirven de caldo de cultivo a un malestar social que solo tiene un referente: la insatisfacción con el sistema. No le gustan los políticos. No comulgan con los partidos. No ven grandes diferencias en la gestión gubernamental de uno y de otro. Nadie escucha sus reclamos. Cada día pagan más para solventar una corrupción que, además de común, es impune. Esas son las lecturas que forman parte del cuaderno de Abstención Electoral, un panfleto de autoría apócrifa de adhesión popular que adquiere adeptos en pueblos que, víctimas del ostracismo y el abandono por parte de las elites y los poderes fácticos gobernantes, han decidido darle la espalda a un proceso que, a todas luces, no les mejora su estatus social. Y, eso solo pone en peligro aquello por lo cual tanta sangre y sacrificios de tantos ha sido vertida: la democracia como el ordenamiento social garante de la libertad, fraternidad e igualdad de un pueblo. Por ello, lejos de una lectura torcida, de corte sectario el resultado electoral de Chile debe ser visto como un mensaje popular que trasciende en valoración la gratuidad de la educación, la Ley Electoral, una reforma tributaria o cualquier reforma constitucional que pueda contemplar la Nueva Mayoría que apenas alcanzó poco más de cien mil votos más que los que sacó el saliente Sebastián Piñera en su ruta a La Moneda. El pueblo habló afirmó que es Bachelet quien sucede a Piñera mas lo que verdaderamente planteó es que le tomen en cuenta. Si esa, resulta ser la lectura que, finalmente, tras la euforia de haber triunfado en las urnas, Bachelet le da al mensaje popular del 15 D, entones lejos de haber perdido, la democracia habrá ganado. Todo lo demás, son meras lecturas retorcidas de unas elecciones torcidas. |