BY RISSIG LICHA
MIAMI—Cada generación tiene sus peculiaridades, carga su bagaje y se distingue de las otras generaciones que la precedieron y aquellas que la sucederán por hechos que condicionaron su vida. Unas fueron marcadas por el fratricidio de una guerra civil, otras por la asfixia de la libertad por una dictadura, algunas por la apertura política, unas pocas por un libertinaje que raya en anarquía y hasta aquéllas que por una razón u otra van en decadencia. Pese a su variopinta experiencia cotidiana, todas ellas tienen algo en común, la curiosidad individual de cada uno de sus ciudadanos—por enterarse, conocer y saber a través de cualquier medio sobre el acontecer local, regional, nacional y global.
Esta imperante necesidad por saber, más urgente, común y constante que el hambre, la sed o el sexo, es la misma que alimentó la historieta oral, los libros, el telégrafo, los periódicos, la radio, la televisión y, por su puesto, todos los medios que posibilita la Red—entre éstos, Facebook, Twitter, LinkedIn, Google, YouTube, Instagram y Pinterest—que de manera transversal, impactan nuestras vidas de forma inmediata y con una gran omnipresencia. La eficiencia, eficacia, importancia, poder de convocatoria y relevancia de todos estos medios dependía ayer, al igual que hoy, de la calidad del contenido pues éste es el que, a la postre, sirve para acreditar o desacreditar al medio como una fuente de información creíble y, en consecuencia de ello, de valor para el usuario.
Esa realidad, tan obvia como la necesidad de todo humano de estar informado de todo lo que le rodea, es la que al parecer no logra de calar en el marco de referencia de aquellos que gestionan y regentean los medios, en particular las casas editoriales enraizadas en el periodismo de papel. Estos popes mediáticos, como ha quedado dramáticamente demostrado en la Venezuela bolivariana, en la que según el Instituto de Prensa y Sociedad, ya han desaparecido más de 15 publicaciones, en gran medida porque viven aferrados al hecho de que sin papel no tienen un papel que ejercer como medio de comunicación.
Las marchas callejeras de periodistas venezolanos reclamando que “Sin papel no hay empleo” y demandando del gobierno de Nicolás Maduro que desregule la obtención de divisas para que los medios criollos puedan comprar papel prensa presentan un tétrico cuadro del problema. Escuchar a un periodista clamar por papel como la única vía de supervivencia de un diario en una era digital es como escuchar al cirujano clamar por un bisturí para salvar una operación en la era de la cirugía laparoscópica mas eso es, precisamente, lo que han hecho.
Si bien la trama oficialista para frustrar la compra de papel no es algo digno de aplausos, los diarios venezolanos no logran entender, como es evidente por su reclamo, que en vez de vender papel lo que venden es información y a la gente poco le importa comprar papel y menos si éste, a diferencia del higiénico, no satisface sus expectativas. Además, en un país en el que la penetración de la Red alcanza ya a más del 44 por ciento de la población es hora ya de que tomen en serio la blogosfera que cada día supera más a los medios tradicionales como queda comprobado por el éxito de los medios digitales en atraer a las nuevas generaciones de usuarios algo que, en el caso de los tradicionales, simplemente no ocurre.
La miopía de los gestores de los grupos mediáticos en todas las latitudes les ha impedido primero, visualizar y, luego, aprovechar, las ventajas que le proporciona la Red contagíándose tal si fuera un virus pandémico que, con muy pocas excepciones—entre éstas, The Wall Street Journal, Bloomberg, Reuters y The Economist—sentencia el fracaso, la decepción y la desesperación de una Prensa que en la blogosfera, da muestra de estar mal informada, preparada, condicionada y poco adaptada a emplear a cabalidad la Red como lo confirma la burda transferencia de lo tradicional a la esfera digital y el creciente desinterés de las nuevas generaciones de considerarles relevantes pues no les informan, no satisfacen su curiosidad y, como consecuencia, son descartados como “sus medios”.
Desgraciadamente, la repuesta de los editores a esa falta de interés ha sido dar rienda suelta a la creciente banalización y farandulización de los medios de comunicación que se preocupan más por la crónica de cotilleo que le facilita el culebrón sentimental de François Hollande con la actriz de turno de cómo el Casanova de turno del Eliseo ha de paliar la crónica desestabilización económica por la que atraviesa Francia. Con ello confunden el interés por saber y enterarse de lo que acontece con el morbo. Y, como resultado, hoy los medios priman el morbo sobre la información y hacen público el triste papel de una Prensa sin papel en la era digital.