Rissig Licha

MIAMI—El Festival de Cinema Vérité Andy Warhol abrió su cartelera esta semana en la gran sala de cine Puerto Rico con la proyección de un nuevo cortometraje titulado “Éramos pocos y llegó Alexandra”, la historia de una histriónica emprendedora que un día “indignada” por los males que le aquejan a su tierra decide que le llegó el momento de aprovechar la crisis para presentarse como la voz de un pueblo sin esperanza.

El film, que si bien inicialmente logró acaparar la atención de una prensa del espectáculo ávida por una “cara nueva” en el firmamento del Séptimo Arte, comenzó a ser cuestionada por más de un incrédulo observador de la distracción mediática montada por la, hasta entonces, desconocida Alexandra Lúgaro, la gestora de la producción cinematográfica.

Facebook. YouTube. Twitter. El Nuevo Día. Primera Hora. WAPA TV. En fin todos los medios titulaban a tutiplén la llegada de la que se presentaba como Héctor Lavoe travestido en candidata a la gobernación para ser La Voz de un pueblo agobiado por la criminalidad, el desempleo, la deuda y el IVA de otro que, en su día también se presentó como una “cara nueva”, Alejandro que lejos de ser el Magno se conoce más por el mangoneo de su gobierno.

Menos de quince minutos no habían pasado, que es lo que dura el film de la Lúgaro, que el pueblo más engañado del Caribe—pues tras más de cinco siglos de colonia vive en un país que no es ni estado, ni libre, ni asociado con una deuda que nunca podrá saldar aunque cada día tendrá que pagar más por ella—comenzó a ver cómo ante sus ojos el celuloide de la historieta insular comenzaba a desmoronarse.

En el film Lúgaro proclamaba su candidatura para que el pueblo tuviera una verdadera representación. Había votado por Alejandro el del IVA y se sentía decepcionada y engañada. La deuda era impagable. La educación infumable. Tanto los rojos como los azules eran iguales. Ella y solo ella era la salvación. Todo una épica de propaganda.

La hemeroteca del espectáculo daba cuenta que la Lúgaro más que una ciudadana preocupada por el futuro de su lar patrio era, sin fu ni fa, nada más que una jíbara aguza, beneficiaria del clientelismo, aprovechada de los programas públicos y por aquello de darle mayor grado de ironía a su guión una inculta y embustera confesa capaz de montar una trama para, más que llamar la atención, mejorar su condición.

No había votado por Alejandro. Poco sabía de la deuda. A los maestros insultaba. Y, de partidos, sabía más del béisbol que de la votación. Por ello, tras ver la felizmente corta cinta que evocaba otros films—The Manchurian Candidate, Being There y Catch Me if You Can— era obvio que todas esas otras obras del Séptimo Arte eran incapaces de presentar en la forma más cruda cómo un impostor, en éste caso impostora, acapara, con la connivencia de los medios de comunicación, la atención de un pueblo aunque sea por quince minutos. Ese sitial sólo lo logra “Éramos pocos y llegó Alexandra”.