RISSIG LICHA

Posted: 22 May 2014 07:14 AM PDT

SANTO DOMINGO—El pajarito azul de Twitter, que en la Red es todo un ruiseñor con su trino, hoy está bajo acecho porque el tono de su canto libertario, en un entorno en el que, para algunos, prima la alegalidad y el libertinaje es, para aquellos que así piensan, una amenaza para la sociedad y hace necesaria una respuesta especial a la misma. Casi nadie favorece que el pajarito insulte, calumnie, injurie, promueva el terrorismo, el racismo o incite la violencia. Ni todos piensan que es a través de reglas especiales o la censura y la prohibición de la libre expresión que se pone orden en la Red. Pero no son pocos los que trinan contra el pajarito azul en un debate que aflora en más de una sociedad con problemas de aceptación sobre qué es, en verdad, la tierra incógnita de la Red. Twitter es hoy su blanco en virtud de su capacidad de movilizar con gran celeridad y alcance a las fuerzas vivas de una sociedad. Y, nada más fácil para éstos que imponer un código especial de conducta y el cargo de sheriff digital en una Red sin fronteras que parece retar el estatus quo. Mas en ese debate sobre qué hacer con la Red es importante tomar en cuenta cuál es la realidad existencial de los usuarios y ver, sin filtro alguno, cuál es la realidad del mundo virtual.

La Red es única y, a su vez, diversa. Muchos celebran la ausencia de regulaciones y prohibiciones, que ahora otros quieren limitar, como una refrescante bocanada de libertad y una manera de expresarse sin embocadura. Otros, nostálgicos por la época en que los piratas surcaban los mares bajo la banderola de la calavera y la cruz de huesos, navegan el ciberespacio—haciendo y deshaciendo a su antojo lo que bien en gana le viene—en libre desafío de toda autoridad. Aquellos, con apetitos autoritarios y proclives a jugar el papel de censor, insisten en fijar su atención en los excesos que cometen algunos perversos que, además, no son la norma, para proponer un código de conducta específico para el ciberespacio que, de paso se cargue, o al menos sirva para limitar, la libertad de expresión. Casi todos piensan, erróneamente, que la web es otro mundo, por ello le llaman virtual para diferenciarlo del otro que es, después de todo, el real. Tanto unos como los otros obvian que lo que ocurre en la Red no es, ni más ni menos, que un retrato fiel de la conducta humana en este planeta.

Pierden de perspectiva que la Red es, lisa y llanamente, una vía de acceso que facilita la comunicación. Al igual que el telégrafo, el teletipo, la rotativa, la radio, el teléfono y la televisión, la Red es un instrumento para la comunicación. Como ello, no tiene par. Es interactivo. Permite el empleo simultáneo de múltiples formatos—voz, escritura, gráfica y fílmica. Es multidimensional. Abre la posibilidad para interactuar simultáneamente con múltiples personas. Tiene alcance y llegada como ningún otro. Posibilita una audiencia potencial en exceso de dos mil millones de personas. Posee la habilidad de poner las miras en aquel segmento de la audiencia que más nos interese con la precisión de un francotirador. Permite que sus usuarios pueden reflejar distintas imágenes de acuerdo al propósito de cada autor. Para ello, faculta el uso de cualquiera de tres clases de espejos reflectores. Aquel que usa el plano, es capaz de reproducir un fiel retrato de la realidad. El que prefiere el dicroico, lo emplea para distorsionar y desdibujar la imagen. Y, aquel que opta por el ustorio, emplea la capacidad de proyección de éste con un fin ofensivo y hasta bélico. Esa solvencia óptica permite manifestar todo: la verdad, la tergiversación, la media verdad y hasta la falsedad y abre la puerta, a la lisonja, al panegírico y al encomio como al insulto, la difamación, la injuria y la calumnia. En definitiva, el mundo virtual es, para el cuento y el cuentista, tan real como una plazoleta, peña o escenario del otro mundo. Lo virtual es, desde esa óptica, real.

Si eso es así, ¿por qué la insistencia de tantos en diferenciarlos? La respuesta es simple: el mundo virtual que posibilita la Red tiene menos de dos décadas y, es uno, todavía desconocido. Ello potencia, en algunos, un rechazo visceral a lo desconocido, en otros, un miedo a lo incomprendido y en todavía en unos otros, aflora la creación de un segundo yo, el yo digital, dando rienda suelta a la fantasía capaz de crear un ideario, cada día más popular, que la presencia en la web, vía un álter ego, concilia el llevar una doble vida. Esa doctrina predica que con un solo clic dejamos de ser el yo del mundo real, para ser el otro yo, un yo libre de todas las ataduras éticas, morales y legales que, de alguna forma u otra ordenan la sociedad en el mundo real. Por consiguiente, si no conozco o comprendo o me beneficio del poder de transfiguración que me confiere ser anónimo, entonces, ese entorno es, como Marte, extraterrestre, en definitiva, otro mundo.

Ni siquiera toman en consideración que la realidad, en este mundo real, tiene tantas interpretaciones como testigos de ella. Ni que, en realidad, no hay ficción sin realidad ni realidad sin un tinte de ficción. Y que, de ellas, surge la percepción sobre qué es ficción y qué es realidad, amén del derecho, sagrado en una democracia, a la diversidad, tanto de criterios y preferencias como de opinión. Prefieren perpetuar el trastorno de identidad, a través de vivir una doble vida, que los expertos clínicos categorizarían como uno de características disociativas y, que muy bien pudiéramos calificar como una esquizofrenia digital, la misma que sustenta conductas verdaderamente aberrantes de parte de internautas que tratan de burlar al resto de los cibernautas escondiéndose tras avatares—que no son más que representaciones gráficas que proyectan la imagen del usuario aunque nunca a través de la proyección de su verdadera identidad—y pseudónimos. Esta práctica, que le gana el apelativo de trol a sus adeptos, se caracteriza porque aquél que asume ese rol se dedica a lanzar insultos, injurias, calumnias y amenazas con el único objetivo de crear caos en la Red. ¿Pero acaso, no es eso lo que hace en las calles de nuestras ciudades un antisistema cubierto por un pasamontañas?

Si la respuesta a esa pregunta es sí entonces queda, meridianamente claro, que no es necesario la consideración, como se habla en España y en la Comunidad Europea—a partir de la reacción a través de Twitter al asesinato de Isabel Carrasco en León y del triunfo del Maccabi sobre el Real Madrid en Milán—de crear el cargo de Comisario de Twitter para que patrulle la Red con más de diez mandamientos digitales en su arsenal para imponer el orden en el mundo virtual. Ese esfuerzo similar al que en fechas recientes hemos visto a través de tres propuestas congresuales—SOPA (Stop Online Piracy Act), PIPA (Protect Intellectual Property Act) y CISPA (Cyber Intelligence Sharing and Protection Act) — que estuvieron a un paso de ser refrendadas por el Congreso de los Estados Unidos de América no es necesario. Ya las leyes del mundo real son suficientes. Además, para hacer cumplir la ley no hace falta quebrarle el pito al pajarito azul de Twitter ni diferenciar entre la libertad de expresión virtual o real. Lo único que hay que hacer es hacer valer la ley del mundo real y dejarnos de tontinas diferenciaciones entre el yo real y el yo virtual. Pero, sobre todo, defendamos la libertad de expresión a todo coste y evitemos que los buitres de la censura se carguen al pajarito de Twitter. ¡No dejes que le corten el pito a Twitter!