RISSIG LICHA

SANTO DOMINGO—La cartelera nos da cuenta de la puesta en escena de otra obra. La temática no es nueva. Los personajes son fáciles de reconocer. El lugar de los hechos es familiar. Los parlamentos evocan versos zarandeados. El autor no deja entrever si es una tragedia o una farsa. La taquilla no miente. Al público poco le importa lo uno como lo otro. La abarrotada sala sólo busca fantasía. Utopía. El coro devela, una tonadilla cuya letra oscila entre versículos de connivencia y antífonas de inocencia que unen las voces de los protagonistas con la de los espectadores. Proclaman al unísono, a viva voz, ¡Podemos! Inundan, con ello, la sala de un aire de esperanza que despeja, al menos por unos instantes, la neblina desesperanzadora que acompañaba a los asistentes hasta la puerta del anfiteatro.

Esa obra, que narra cómo podemos cargarnos el Poder, se presenta en múltiples ciudades. Sus personajes son hartos conocidos—reyes, presidentes, mandarines, malandrines y una turba de atribulados ciudadanos—como lo es el entorno social en el que se presentan. Economía en baja. Paro en alza. Clase media empobrecida. Políticos cuestionados. Sociedad Civil, sin respuesta. Muchos indignados. Todos tras un cambio.

El discurso público tampoco es novel. Concatenación de rimbombantes consignas, eslóganes y estribillos articulados a través de la misma retórica que otros, en otro día, latitudes y lenguas han empleado, palabra más palabra menos, en su puja por el Poder para tejer un tapiz de múltiples hebras—Corrupción. Abusos. Desigualdades. Impotencia popular. Ausencia de una verdadera democracia—que pintan un surrealista cuadro de crisis.

Los mensajes, son altos conocidos. ¡Basta ya! Llegó el momento de sacar a los corruptos. Pongamos fin a las dádivas, prestaciones y privilegios de los pocos. Las jerarquías a la calle. En defensa de la nación, el pueblo al Gobierno.
En ruso como en alemán, italiano o castellano, adjetivados desde la izquierda como la derecha y hasta del centro, han salpicado el verso de todos los profetas que hoy encarnan el papel de Salvador de la Patria. Lenin, Trotsky, Stalin, Hitler, Mussolini, Chávez y Castro son los referentes y ninguno de los actores de temporada es más fiel a sus antecesores en el papel de Superhéroe que Pablo Iglesias, Turrión el de la coleta Podemos y no Possé el del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).

Auto proclamados defensores del pueblo. Emplean la más abyecta manipulación de la retórica para, a través de la distorsión, disimulación o hasta la más vil mentira encausar el hartazgo popular para tomar el poder por la bota o el voto, lo que resulte más expedito, bajo la esperanzadora promesa de que con el desahucio de los Mercaderes del Templo llegará la Salvación del Pueblo.
Manifiestan una postura antisistema, como Lenin: “Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase. Los que abogan por reformas y mejoras se verán siempre burlados por los defensores de lo viejo mientras no comprendan que toda institución vieja, por bárbara y podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de determinadas clases dominantes”.

Abogan, como Trotsky, por la toma del Poder por el pueblo: “En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen… La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”.

Usan el verso para disimular su objetivo final, como Fidel: “Ni dictadura del hombre, ni dictaduras de clases, ni dictaduras de grupos, ni dictaduras de casta, ni oligarquía de clase: gobierno del pueblo sin dictaduras y sin oligarquía; libertad con pan, pan sin terror, eso es humanismo”.

No son ni esto, ni lo otro, sino todo lo contrario como Stalin: “Nuestra revolución es democrático-burguesa y no socialista, que debe terminar con la destrucción del feudalismo y no del capitalismo”.

Enaltecen a la patria, como Mussolini: “Mi ambición, señores, es una sola y no me importa trabajar catorce o dieciséis horas al día para conseguirla y aun daría con gusto mi vida. Mi ambición es ésta: hacer fuerte, próspero, grande y libre al pueblo italiano”.
Hablan de una nueva democracia, como Chávez: “No es lo mismo hablar de revolución democrática que de democracia revolucionaria. El primer concepto tiene un freno conservador; el segundo es liberador“.

Se presentan como el futuro de la Patria, como Hitler: “Podemos estar felices de saber que el futuro nos pertenece completamente”.
Pero sobre todo, disimulan su ideología, como Iglesias, el que insiste que Podemos: “Los comunistas tienen la obligación de ganar. Un comunista que pierde es un mal comunista. Y Lenin no dijo en 1917 “comunismo”, dijo “paz” y eso le sirvió para agregar una cosa enorme en un contexto muy preciso. No es un problema de qué color sean las banderas, no es un problema de diagnóstico: es un problema de agregar fuerzas, de qué discurso eres capaz de construir en un momento determinado te dice “yo tengo la fuerza de las mayorías sociales”. Por decirlo si quieres con una metáfora, la izquierda tiene que aprender a vestir el traje de la victoria. Es verdad que para follar hay que desnudarse pero para ligar hay que vestirse. Y vestirse implica construir discursos”.

La obra en cartelera, en definitiva, no es más que una vuelta a escena de una tragicomedia ya vista por otros públicos que han quedado hipnotizados por el seductor y perverso verso de un discurso salpicado de frasecillas trasnochadas que al oído popular atraen con su canto abriendo paso a la adscripción de todos los descontentos, desafectos y víctimas—tanto del rancio capitalismo como del fracasado comunismo que comulgan en el mismo templo en el que se venera al fascismo nacional—de sistemas que no resuelven las necesidades básicas de un pueblo ni su aspiración a vivir en una sociedad de bienestar. Esa es y no otra, la descripción de Parlamento Popular, actualmente en cartelera en el Teatro Electoral.