RISSIG LICHA

Posted: 26 Apr 2014 07:06 AM PDT

MIAMI— En su valoración, no existen medias tintas, si bien muchos le aplauden otros tantos le detestan pero, da igual, pues está aquí para quedarse. Concita elementos dispares para transformar, a través de la convergencia, lo que fue en otra cosa, una que no es fiel ni a una, ni a la otra. La fusión, el crisol de sabores que desde el fogón consagra el maridaje del azafrán con la cúrcuma y que, en los paladares más libertinos se lía en un ménage à trois con la albahaca, es responsable del emblemático movimiento que, aunque encontró su más fiel enlace en la cocina, está trascendiendo a otros salones para imponer un nuevo estilo. Esa apuesta a la homologación de un ofrecimiento plural y diverso, en el que todo vale y, además, resulta válido mezclarlo con todo, ha llegado también al periodismo gráfico creando más que fusión gran confusión en su intento por balancear lo análogo con lo digital y el papel y la tinta con la nube y la huella para dar con el plato que logre satisfacer a una nueva generación de consumidores de información.

Los cambios en el periodismo del siglo XXI comienzan por la convergencia que incorpora lo escrito, lo oral y lo visual en diversas combinaciones posibilitadas por la Red para crear un nuevo medio que ha borrado, además de las fronteras geográficas, las que separaban la gráfica, la radio y la televisión restándole soberanía a cada uno de los grandes bloques mediáticos y planteando la necesidad de todo medio emergente a definir y proponer un nuevo ofrecimiento. No menos retador que definir el quién soy, también le ha tocado plantearse qué valgo. Ello le ha impuesto experimentar con diversos modelos de negocios que buscan acomodo en un ciberespacio en el que gran parte de los cibernautas insisten en que lo debe imperar es, ni más ni menos, la gratuidad de los contenidos.

Esta introspección sectorial, más que un intento por adecuarse a los tiempos de una era digital que presenta cambios con vertiginosa velocidad pretende, dar con la fórmula que logre estabilizar una industria que atraviesa por una crisis de identidad acrecentada por la omnipresencia, ubicuidad y celeridad de la Red que en menos de una década ha cambiado, como nunca antes en la historia de la humanidad, la relación entre las casas editoriales y el universo de lectores. Ese análisis es el que ha da margen a la experimentación y a ver qué funciona con qué, es decir, qué fusión logra la aprobación del público lector.

El bufé informativo resultante de la convergencia tecnológica, el mismo que suele presentarse en el menú editorial de cada casa a través de un smörgåsbord de contenidos se apoya, y a la misma vez, compite en la puja por seguidores con nuevos ofrecimientos—blogs, portales, Twitter, Facebook, Pinterest, Instagram, Google+, entre otros. Algunas de estas nuevas ofertas cuentan, por cuenta propia, con un gran poder de convocatoria para sus cuentos. Otras interesan a importantes grupúsculos congregados en nichos de intereses afines que, en el siglo pasado tenían que conformarse con el catecismo que predicaba la santa trilogía mediática—la radio, la televisión o el periódico—en un mundo en el cuál al menos era un sacrilegio cuestionar lo que hoy parece insólito: ¿por qué no hay más ofertas de aquello que a mí me interesa?

El cambio de un menú de estirpe análogo a uno de raíz digital, que forma parte de un desesperado esfuerzo por adaptarse a los tiempos para retener e ir en búsqueda de lectores o seguidores, pone a prueba qué proporción de ingredientes—presencia, eficiencia, adherencia, relevancia o excelencia—han de agregar las empresas editoriales al cocido informativo para atraer con su aroma a un mayor número de interesados en su afán por hacerles suscriptores o, dicho de otra forma, de poder obtener beneficios económicos de la comercialización del contenido en la Red. Del manjar que surja ha de depender, sin lugar a duda alguna, el futuro mismo de cada casa editorial, muchas de las cuales, se encuentran en serias dificultades porque su oferta no acaba de convencer al mercado.

Lastimosamente, en momentos en que queda claro que el mayor problema que enfrenta el periodismo es su contenido, el plato del día que emana del fogón editorial le resulta aburrido, irrelevante y de baja calidad al paladar de un público que, tras consumirlo, juraría que éste ha sido sazonado en exceso por una dosis de soporíficos. Cualquier cocina, cualquier fogón—desde la fonda de barrio hasta el laboratorio de cocina de autor de última creación—cuyos platos no son del agrado del comensal no ha de tener larga subsistencia si no se plantea una pregunta que parece estar ajena de los consejos directivos de las casas editoriales: ¿Por qué mi producto no agrada?

El producto editorial no agrada porque muchos de esos consejos directivos viven de espaldas a la realidad. Falta dirección y, falta dirección porque no hay una clara definición de cuál es el producto que va a emanar de la sala de edición para hacer cada edición relevante a un público consumidor. Tal es el despiste que una industria cuyo producto se sustenta en la habilidad de preguntar, ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué?, ha perdido su olfato de sabueso buscador de lo extraordinario y le parece bien lo mediocre. Quizás ello explique por qué la edición digital de El Mundo a la conclusión de cada artículo—poco importa si es sobre la crisis en Crimea, la muerte de Adolfo Suárez o la más reciente conquista de George Clooney—plantea al lector una pregunta que ilustra la anosmia periodística por la que atraviesa la industria: ¿Le pareció interesante? Y, nos preguntamos, ¿es esa la pregunta que debe hacer el editor de un periódico sobre su contenido editorial al consumidor de ese ofrecimiento?

Interesante puede ser cualquier cosa, desde el cotilleo de quién acompaña a François Hollande en la recámara del Palacio del Elíseo hasta el traje que Penélope Cruz lució en los Goya, pero ni una, ni la otra es relevante, es decir, presenta un hecho que pueda cambiar el estatus quo del lector o hacer sentir a éste de que obtuvo información que ha de ser de algún valor real y no algo trivial como quién se acuesta con quién o qué sotana distinguió en un coctel a fulano, mengano o zutano. Interesante, ¿no? Relevante, ¡jamás! Resulta interesante que un diario como El Mundo que vela su contenido editorial con esmero profesional trivialice ese mismo contenido con una tan inoportuna, insólita e inconsecuente pregunta que poco aporta a tener una mejor idea de cuál es la percepción de sus lectores del producto que le sirve.

Procter & Gamble, la legendaria empresa comercializadora de emblemáticas marcas globales de productos de consumo, jamás le preguntaría a sus consumidores si el detergente Fab, las navajas Gillete, los pañales desechables Pampers o el champú Head & Shoulders es o no interesante. No, claro que no., Esa pregunta no formaría parte del cuestionario que utilizaría pues nada aporta al esfuerzo del responsable de ese producto por mejorarle para así mantener la fidelidad de sus consumidores y aspirar a acaparar una mayor aceptación en el mercado. Los comercializadores de los diarios de hoy, sin embargo, van a contramano quizás porque se han contagiado por la profusión de espejismos métricos—como el me gusta o no me gusta de Facebook que poco miden y lo que miden poco sirve—que se han diseminado por la Red.

El periodismo tiene una función importante en toda sociedad plural, democrática que valora la discusión, valoración y contextualización de los grandes temas que afectan la vida de sus ciudadanos mas, si quiere sostenerse en el tiempo, tiene una gran tarea por delante en la que más le vale tomar en cuenta que, para ello, en esta fusión de contenidos si quiere evitar la confusión y lograr la consecución de sus objetivos en la Red, más que presente, eficiente o interesante tiene que ser, sobre todo, relevante. Ni más, ni menos. Eso es lo que, precisamente, pide y espera el universo de consumidores de contenidos que cada día vía los medios en la Red recibe estoicamente una sobredosis de obviedades, sandeces, nimiedades y pendejadas que, además, es conminado, o mejor dicho, condenado a calificar de interesantes. Por ello, los periodistas de vocación tienen la obligación de ir a las trincheras en su defensa al llamado de: ¡Relevancia, periodismo o muerte!