Rissig Licha |
Posted: 03 Jan 2014 08:28 AM PST MIAMI—Apocalipsis. Vaticinio del fin. El último día que no ha de ser seguido de otro, porque sin ton ni son, no habrá otro. Pitonisas, sacerdotisas y quizás hasta el mismísimo Walter Mercado, sí el astrólogo, están prediciendo la llegada del último día de los periódicos tal como hiciera meses atrás Juan Luis Cebrián, consejero delegado del El País al indicar que “el periodismo está muerto”. Y, la esquela de esta crónica de una muerte anunciada la publicó ayer en su primera edición del inicio de su etapa apocalíptica, el periódico El Vocero de Puerto Rico en el que puso al relieve por qué los periódicos están en crisis. Este diario que salió a la luz pública en el 1974 y durante su primera etapa se hizo notorio porque sus páginas tenían más sangre que tinta—toda vez que los sucesos violentos y el sensacionalismo primaban en su cobertura—pretendía, tras haber sido reflotado de la quiebra por un grupo de inversionistas, presentarse en público como una alternativa a otros medios impresos de larga data con una nueva oferta que tituló, ¡“Avanza Puerto Rico”! No entendí el titular, pero como hay tanto que no entiendo, me di a la tarea de explorar con mayor detenimiento el ejemplar. Así inició un recorrido sin hoja de ruta pues la que sus editores habían publicado en esta primera edición era como el mapa del mundo plano que Colón desacreditó, inútil. Amén de no entender el principal titular, tampoco entendí el texto del subtitular de la primera edición de su primer nuevo año: “En esta edición pretendemos recoger el sentir de nuestra misión. El equipo de trabajo de El Vocero se dio a la tarea de acercarse a diversos grupos de nuestra comunidad para preguntarles ¿Qué harás—o que (SIC) haces—tú por Puerto Rico? El ejercicio incluyó entrevistas a deportistas, artistas y gente común y corriente, como usted (SIC) y nosotros”. El ejercicio del periodismo que dejó demostrado este ejercicio claramente apunta a que este es un diario que todavía está en quiebra, esta vez de orden o quizás resulta más descriptivo, de desorden editorial. Los demás titulares de la portada, como los temas que trata la primera tapa no incitaban a ir tras ellos pues eran, en el mejor de los casos, lite, sin contexto y de poco interés para el lector habitual o el potencial de este diario que, en una época, llegó a tener una circulación considerable en la Isla del Encanto. Pasada la portada, en la página 4 de la edición que el diario identificaba como Primera Plana pero que contenía lo que, a todas luces, era un escrito de corte editorial en el que el encargado de la publicación intentaba, con pocas luces, describir cuál es la filosofía que ha de primar como la línea editorial en esta etapa de la publicación. El escrito pretendía, bajo el título de “La verdad no tiene precio” marcar un antes y un después pero, a decir verdad, no logró ni lo uno ni lo otro y, además, sirvió para confirmar que lo que no tenía precio es que en el escrito nunca apareció la palabra verdad quizás porque, al fin, la única explicación posible para ello, es que, en definitiva sí tenía precio, quizás uno muy alto que pagar si no se tiene con qué. El recorrido editorial por el resto de la publicación solo logró crear más angustia sobre el estado del periodismo de hoy pues no llegué a entender cómo es posible presentar una nueva propuesta periodística que consta de 56 páginas sin noticias. Sí, de un diario repleto de obviedades: 1) la primera página de “noticias”, la 6, trataba sobre una boricua que quiere ser astronauta, 2) la segunda página de “noticias”, la 8, presentaba una nota sobre un publicista boricua que trabaja en Londres, y para una A partir de ese punto no pude seguir en la búsqueda de noticias pues el diario no contaba con noticias sino publirreportajes de obviedades que poco han de atraer nuevos lectores o retener a los que tenía el periódico ni mucho menos hacer una contribución al buen periodismo. Pena, pues, de no corregir su rumbo ha de emular su titular: “El Vocero avanza, al abismo”. En definitiva, esta entrega ha de dejar una marca. Sí habrá de marcar una página en la historia del periodismo puertorriqueño para que las generaciones futuras puedan entender mejor cómo no se hace periodismo ni se edita un periódico si es que se quiere evitar el pronóstico de Cebrián. Por ello, reitero, parafraseando el titular del desabrido editorial de El Vocero sobre la filosofía de la publicación que “El Vocero no tiene precio”…porque, amigo, es gratis y, de ello no hay dudas—aunque lo gratis sale caro y más para aquellos que tienen tinta en las venas, aman los medios y todavía se resisten a aceptar los vaticinios del apocalipsis del periodismo
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